Carta a la radio

Patricio, sepa que estas líneas serán las últimas. Sería indigno de mi parte seguir siendo compinche de una personalidad tan repugnante como la que ayer he descubierto en usted. Patricio, yo era su compañera en la noche; cuando lo sintonizaba, volaba montada en sus palabras; pocas cosas deseaba tanto como el poder conocerle. Pero cuando al fin pude hacer realidad mis sueños, ¿qué vi? Vi la desilusión, vi la ingratitud, vi la cobardía. Un enmascarado tras un micrófono, que en la vida real se disfraza de otro, niega a los afectos que lo constituyen.
Soy la señora que ayer, en la cola del Coto, se le acercó y le dijo simplemente “Gracias. Gracias, Patricio”. ¿Qué hay de malo en agradecerle? ¿Qué le costaba, decir “de nada? ¿Porque esa patraña de decir, “Señora, mi nombre es Ismael”? ¿Qué pensaba? Que no lo iba a reconocer? Patricio, es cierto que nunca lo he visto, pero no puede decir que me confundo, que no lo conozco. La voz era la misma. Hace cuatro años que lo escucho todos los días. Cuatro años de lucha con el sueño instigador, para no dejarlo solo en la noche. Hipnotizada con la radio en mis oídos, viendo a través de su voz cada una de sus cosas, de sus pensamientos, de sus emociones. Nos conocemos muy bien, Patricio. He llamado miles de veces a su programa, hemos hablado de mis cosas más íntimas, mi enfermedad, los recuerdos de mi padre, la música que nos hacía bien.
Y ayer a la tarde, en el mercado, haciéndose el hombre desconocido, amenazándome con llamar a la policía si no le soltaba brazo… parecía otra persona. ¿En serio iba a llamar a la policía?, ¿deseaba que terminase mis horas a la sombra?. Siendo culpable ¿de que? ¿de regalarle mi afecto sin pedir nada a cambio? Tuve que soltarlo, irme avergonzada por el papelón que me hizo pasar. Y cuando llegué a casa... tanto dolor, tanto vacío. Lo mucho que me costó convencerme de que la culpable no era yo: sólo usted. Un hombre más. Otro de los tantos que han regado con desilusión los malvones de mis días.
Así que, en estas sinceras y dolidas palabras, quiero despedirme para siempre. Me podrá pedir disculpas mil veces, pero debo decirle que mis sueños ya están rotos. Y nada podrá recomponer los sueños de esta pobre anciana, que tan desinteresadamente ha entregado su corazón. Usted no sabe el calvario que me provoca todo esto. No puedo explicarlo; tendría que ver mis lágrimas.
Lo lamento más que nadie, y ya digo adiós. A partir de esta noche, la sintonizo a Silvia Ventura.

9 comentarios:

Mariano Montenegro dijo...

¿Pero era? Je, me encantó. Salud a su pluma!

Maxi dijo...

"Otro de los tantos que han regado con desilusión los malvones de mis días."

Muy bueno!

Nicolás Uribe dijo...

Gracias!

fede dijo...

Esta muy bueno che,me encantó también.

planeta changos dijo...

muy bueno che! abrazo!!! y a seguir subiendo!

Anónimo dijo...

Me carcome saber si eraaaaaaa Ma. Laura

Nicolás Uribe dijo...

Gracias! Encuesta: ¿Usted que opina? ¿era?

Anónimo dijo...

Si, era... lo conozco bien yo a ese

Carolina dijo...

Claro que era, me niego a creer que la ilusión fue en vano.