El cuadro en Rosario es desolador. Muros con helechos flacos que caen como sombras, barrancas bajan infinitas a un Paraná cada vez más playo, grietas en la tierra y barcos estaqueados. Antonio Heredia Heredia habla con "La Voz" al tiempo que toma una Brahma helada. Lo rodean ocho hermanos, cuatro tíos, y dos hijos como escolta (uno a cada lado). Todos fuman. Las mujeres aparecen eventualmente, en silencio, para vaciar un cenicero o traer otra bebida helada. "No creo, hijo. No creo que vuelva a llover en Rosario... por lo menos hasta Noviembre... Jejejeje" Las risas se multiplican entre los parientes.
Antonio, es el delegado de la colectividad gitana de Rosario. Proveniente de Málaga, llegó junto a sus padres, tíos, sobrinos y hermanos a latinoamerica en 1985. Hasta asentarse en Rosario en el 2001, transitaron por Potosí, Sierra Grande, Asunción, Salta, Mendoza y General Villegas. Actualmente viven en un galpón de Boulevard Oroño en la zona sur, y se dedican a la compra y venta de automóviles usados.
Heredia Heredia nos llamó para hablarnos del clima. Dice que no es casual la hostilidad del mismo. Habla de justicia divina para con una ciudad que ha discriminado como ninguna a su pueblo.
- Pareciese que la discriminación hacia el gitano está encarnada y hasta aceptada por la sociedad. Sin justificarlo, creo que eso pasa en todo el mundo ¿Porque siente que es especial en Rosario?
- La mirada. Tú lo ves en los ojos. Lo que pasa aquí no está bien. Las gentes (sic) nos rechazan, se cruzan de vereda cuando se ofrecen nuestras mujeres a vender vasijas o ayudarlos en cuestiones del destino. Pero, además, tú lo ves en la mirada. No debe ser así, que no somos ladrones, que tenemos derecho de vivir como todo el mundo. Pero pareciese que uno es un animal... Pero además, esa discriminación aceptada de la que tu me hablas, está motivada por el mismo Gobierno, y eso no se ha visto antes, eso es lo que genera esta bronca.
- Expláyese un poco, por favor.
- Mire usted lo que nos hacen cada año en la feria de las Colectividades. Eso no está bien. Nos dejan afuera. Puede haber Calabreses, Napolitanos, Chilenos, Arabes, Gallegos, Vascos, Croatas... Todos, menos gitanos. Cuando hablamos con la Municipalidad, nos dicen que no va a poder ser, porque no somos una colectividad representativa... Nos han dejado de lado otra vez. Fuimos a los medios, y nos han tomado con sorna, nos han dejado para la nota de color... No vamos a seguir soportándolo, esa es la verdad, hijo.
- ¿Y entonces?
- ¿Y entonces? ¿Tú me preguntas y entonces? Pues mira, que no nos vamos a quedar cruzados de brazos. Nosotros sabemos hacer nuestros trabajos, ¿sabes? Mira, hace años que la inauguración de la feria la tienen que hacer bajo la lluvia. ¿Y entonces? Y entonces nada, la gente dijo que un año era mala suerte, dos tres, pero ¿cuatro? Y le contamos todo a un periodista, como tú, y el habló de nosotros... Entonces empezaron a creernos. Porque la gente si está en un diario lo cree. Creyeron en nuestro poder. ¿Pero tu crees que alguien hizo algo al respecto? No. Nada, todo siguió igual. Entonces, tuvimos que llegar más lejos.
- ¿Ustedes se atribuyen las lluvias de cada inauguración de las Colectividades? ¿Una especie de hechizo? ¿Que tan lejos han llegado?
- No, no, no... Vamos a aclarar un punto si quieres que nos pongamos de acuerdo. Aquí no hay ni brujearía, ni hechizos ni nada de eso. Nosotros deseamos muy fuerte que algo ocurra. Trabajamos en el deseo, le pedimos a Dios. Las lluvias, el clima... esas son cosas de Dios, no de la magia. Y nosotros estamos sufriendo, y no es justo, porque no le hemos hecho el mal a nadie. Entonces, lo que estamos pidiendo, lo que deseamos, es justicia; que esta gente sufra como nosotros para que pueda ver. Y si no lo conseguimos, bueno, hijo, serán todos los que sufrirán como nosotros; porque lo justo es lo justo, y alguien tiene que aprender a verlo.
- ¿O sea?
- Mira, yo no puedo asegurarte nada. Pero aquí hay un deseo muy fuerte, y basta con que veas las míseras gotitas que salen de la canilla. Es la justicia, pero la cosa no cambia, entonces hijo, si esto sigue así, no creo que vuelva a llover en Rosario... Por lo menos hasta noviembre. Jeje.
Y por primera vez escucho las voces de los otros. Los múltiples parientes, que ríen hasta estallar en carcajadas. Risas burdas de alcohol, tabaco y ajo; risas de dientes de oro, de ojos abiertos. Poco a poco se van calmando, Antonio se pone de pie. La sonrisa se borra de su cara, y me invita a terminar la entrevista. Dice que tienen que trabajar. No me animo a hacer una repregunta. Su invitación es una sentencia. Los despido, algunos saludan, otros no. Uno de los hijos me pide una moneda. Al ver el éxito de este, los otros me rodean como pirañas. Termino dejando cerca de cinco pesos. Salgo del galpón.
Afuera, no hay ni una nube.
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